Para enfrentarnos y analizar un texto medieval hay que tener en cuenta algunas consideraciones relacionadas con la misma lengua, con los elementos comunicativos del momento, el nivel cultural de los receptores de la época, etc.
La concepción del mundo, como ya hemos apuntado en entradas precedentes, en el siglo XII (poesía épica) no es la misma que durante el periodo del mester de clerecía (XIII y XIV); y, desde luego, no es la misma que en el Renacimiento o en la actualidad. Es desde este primer ángulo que debemos entender los textos para entenderlos, pues nos revelarán algo que espera el receptor, que responde a sus claves culturales y a su conocimiento del mundo. Hay una serie de motivos comunes que debemos tener en cuenta.
Otro elemento importante a tener en cuenta es el carácter
didáctico de la literatura medieval, que obedece a la necesidad de construir un
orden concreto, un modelo de conducta. Vemos que en la épica el modelo de
comportamiento va para caballeros y nobles. La clerecía, por su parte, daba el
modelo buscado para el individuo llano, que es el que habla de santos y de cómo
comportarse en esta vida.
Para finalizar, no hay que perder de vista que la
literatura está al servicio del poder, por lo que veremos tintes
propagandísticos con el fin de conservar el statu
quo. Tanto la literatura épica como la clerical van a colaborar con el fin
de restaurar el orden social establecido. Los héroes desterrados (épica) o los
proscritos (clero) retornan a la sociedad gracias a hechos admirables o al
fervor (e intercesión) de la Virgen (milagros). No cambian la sociedad, vuelven
a ella.
Otro
elemento que influye de manera fundamental en los textos de la literatura de
los siglos XI-XIV es la situación
comunicativa, que no era la misma que la que nosotros percibimos al leer la
obra. Pongámonos en la piel de los receptores del momento. En la Edad Media,
esos receptores no eran, a menudo, lectores. Eran espectadores de un orador, un trovador o un juglar. Estos profesionales
del entretenimiento hacían su oficio por dinero y dominaban (en distinta
medida) números de circo, pantomimas, música, el arte de contar historias, etc.
La situación, el hecho comunicativo (podéis ver en este
punto el artículo sobre la comunicación) afecta tanto al mensaje que no lo
podemos descifrar completo sin tener en cuenta esos factores situacionales. Lo
escrito debe ser oído y visto, pues parte de ese mensaje está en la música, los
gestos, la mímica, etc. Al final, se produce una tensión no muy distante a la
que se da en el género dramático, con todos los elementos que eso conlleva.
Los factores situacionales propician una literatura oral
marcada por una serie de rasgos formales
relacionados con la sintaxis y la morfología de los propios textos. En sintaxis, debido a la necesidad de memorización y de adaptación a cada
público concreto de cada actuación concreta, vemos que los versos yuxtapuestos (sin nexos) y forman unidades sintácticas independientes
(parataxis) que pueden mover o
modificar (o suprimir) sin que se vea afectado el resto de la composición.
Además, cuentan con otros recursos como el epíteto épico o los versos repetidos, que los enmarcamos en algo que llamamos expresiones formularias. Por ejemplo, en
el Cantar de Mío Cid, es sus 3.730 versos, se han registrado 1.487 expresiones
formularias. Pensemos en las expresiones referidas al propio Cid: “el que en buena ora nació”, “Myo Cid
lidiador”, “en buena hora ceñiste espada”…
En morfología, por la naturalidad con la que los juglares
recitaban, se producía a veces un vaivén temporal de las formas verbales.
Pasaban con ligereza del presente al pasado.
Los clérigos, sin
embargo, aunque quieren escribir “en
roman paladino” son traicionados por su formación latina y emplean, con
frecuencia, cultismos (Leticia,
honorificencia) y el superlativo en –íssimo.
Con todo, la influencia del mester de juglaría (en el de clerecía) y el hecho
de leerlos para un público, hace que también intervengan estos mismos factores
situacionales. Lo harán, eso sí, de distinta forma.
En este sentido, cabe destacar también la enorme influencia de la retórica clásica en los textos medievales (siglos XI-XIV).
Hasta el siglo XIII, toda manifestación literaria en latín
partía de los principios de la retórica clásica: amplificatio (disertación) + ornatus
(adorno). Aunque en la lengua vulgar (el romance) la influencia no es directa,
cabe señalar que los autores recibieron su formación en latín. Formación que
contaba con la Retórica como una disciplina medular en las Scholae.
Si repasamos los fines de la Retórica, nos sonarán como
los fines de los autores del mester de clerecía. Son: enseñar (DOCERE),
deleitar (MOVERE)
y conmover (DELECTARE).
Los recursos empleados obedecen a estos fines, a estos objetivos iniciales, a estos,
en fin, propósitos. Hasta el siglo XIV, veremos que el recurso retórico más
difundido será la amplificatio; pues
debían hacerse entender por un público analfabeto e inculto. Debían, por ello,
repetir y repetir.
Fíjate en los recursos de estilísticos de la épica castellana.
Verás pleonasmos para intensificar la imagen que quieren formar (decir de la boca, llorar de sus ojos,
levantándose en pie, verán con los ojos…); repetición de conceptos
para asegurarse la comprensión oral (“Por
muertas las dejaron, sabed, que no por vivas”); uso de anáforas que realzan el
paralelismo de perspectivas (nos sirve el ejemplo de la oración de Jimena
pidiendo a Dios que cuide del Cid: “(salvaste)
A Jonás, cuando cayó al mar/ salvaste a Daniel con los leones en la mala
cárcel/ salvaste dentro de Roma al señor San Sebastián/ Salvaste a Santa Susana
del falso criminal”; uso de parejas sinonímicas (“El día llegó a su fin, la noche quería entrar); o la enumeración
o expresión de las partes de un todo.
Frente a estos rasgos del cantar de gesta, la obra de
Berceo nos sirve de representante de los recursos amplificadores del mester de
clerecía. Son relevantes la caracterización
de personajes, el detalle descriptivo
empleado, y el uso del estilo indirecto
(reiterar con otras palabras lo ya dicho).
Con el tiempo disminuyen los recursos característicos de
la improvisación ante auditorios deseosos de espectáculos y crecen los recursos
propios de la reflexión, de la escritura proyectada para ser leída individual y
colectivamente. El clérigo incorporará la alegoría en el siglo XIII y XIV.
La crítica literaria durante la Edad Media se caracteriza por privilegiar la atención a los aspectos filosóficos, morales o religiosos de la literatura en detrimento de la forma. La principal influencia filosófica durante la Edad Media fue la de Platón, sobre todo su teoría de la división de la realidad entre un mundo inteligible y otro visible, copia del primero. Esta percepción de la realidad fue aplicada de alguna manera a los textos literarios, en el sentido de que se concibieron como formas indirectas de referirse a realidades superiores, esto es, como discursos alegóricos de carácter simbólico (destacamos, por ejemplo, La batalla de Don Carnal y Doña Cuaresma, en el Arcipreste de Hita).
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