El mester de clerecía

  Durante los siglos XIII y XIV comienzan a producirse cambios en la vida política y social de la sociedad. Estos cambios se materializarán mucho mejor en el XV, y desembocarán en el Renacimiento, ya en el XVI. No hay más que pensar en la fundación de las primeras universidades en Europa (todavía muy ligadas a la Iglesia), el aumento de la vida en las ciudades (asociaciones y gremios artesanales) o en los comienzos del arte gótico, ya a finales del XII. 


  Entre los reinos cristianos de la Península, Castilla se convierte en un centro intelectual de gran prestigio gracias a Alfonso X y a la Escuela de Traductores de Toledo, que impulsan el castellano como lengua habitual en escritos literarios y no literarios, con lo que adquiere rango de lengua transmisora de cultura y comienza a ser utilizada por los escritores y eruditos en detrimento del latín.


   En cuanto a las clases sociales, asistimos a una toma de poder, cada vez mayor, por parte de los nobles que, a cambio de posesiones arrebatadas a pequeños campesinos, ofrecían su apoyo militar a los monarcas, quienes se veían obligados a aceptar sus condiciones. La población rural, por el contrario, tanto en España como en Europa, vive una etapa de declive, pues le afectan las sucesivas pestes, el hambre, las guerras entre los señores, etc.

   Una de las consecuencias de esta situación es la afluencia de gentes del campo a las ciudades, donde las condiciones de vida, sin ser mucho mejores, se desarrollan entre actividades artesanales y mercantiles que desembocarán, ya a finales del siglo XIV, en cierta recuperación económica (mucho más evidente en el XV).

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   Si desde el punto de vista económico y político las clases sociales estaban cada vez más distanciadas, no ocurre lo mismo desde la perspectiva cultural. El acceso a la cultura estaba muy restringido tanto para los nobles como para los campesinos y villanos. Los nobles y caballeros seguían dedicados a la guerra. Los campesinos y trabajadores de las ciudades, preocupados por su subsistencia, no tenían tiempo, posibilidades ni necesidad de acceder al mundo cultural, que seguía en manos de los clérigos, quienes servían de enlace entre el pueblo y la tradición literaria.

  El clero fue, durante siglos, depositario del “saber”. Las ocupaciones de los clérigos dentro del monasterio se dividían entre rezar; cuidar los campos del convento; las labores cotidianas; y traducir, leer y copiar las obras escritas en latín, griego, hebreo, que recopilaban en los monasterios. Sin embargo, con el retroceso del latín como lengua del pueblo y el fuerte avance del romance, comienzan a utilizarlo no sólo para los intercambios orales, sino también como lengua escrita; aunque, conscientes de que se dirigen a un público iletrado, escriben sus obras para ser leídas en voz alta, a modo de discursos y sermones, con algunos recursos propios de los juglares, pues sabían que le gustaban al pueblo.

   Así, frente al mester de juglaría, surge una escuela narrativa de carácter culto: el llamado mester de clerecía. Esta denominación alude a dos conceptos. Por una parte, se refiere al oficio de clérigo, entendiendo por tal a todo hombre culto y letrado que poseía la educación latino-eclesiástica; por otra, designa a la escuela poética y a las obras compuestas por clérigos.


  Los rasgos esenciales que definen el mester de clerecía son bien conocidos. Sus obras serán de autor conocido, pues los clérigos sí tienen esa conciencia de autor. La intención será la de adoctrinar, es decir, una finalidad educativa a través de los relatos que escribían y traducían. Además, buscarán el interés de sus monasterios, sus diócesis o sus órdenes. El objetivo era agrandar la fama de ciertos lugares, santos, reliquias, etc. De ese modo, hacían su propia propaganda y se garantizaban su supervivencia o su mejora. Sus textos, como ya imaginas, son escritos y están pensados para ser leídos de forma individual o colectiva.

   Las fuentes de inspiración eran grandes. Poseían todo el saber acumulado en sus bibliotecas, que era, en muchos casos, vastísimo. Piensa en textos religiosos, jurídicos, clásicos, filosóficos, etc. Con todo, la temática será, cómo no, mayoritariamente, religiosa; aunque también erudita (héroes virtuosos, cuestiones éticas o sociales…). La originalidad del mester no radica tanto en el tema o en sus argumentos, sino en la configuración formal de ese material.

  La métrica empleada es uno de los puntos esenciales para el mester (recordemos en este punto la fama y el éxito del otro mester, el de juglaría, para entender bien lo que viene). Durante el siglo XIII, será algo rígido que veremos casi sin cambios en las obras. Serán estrofas de cuatro versos alejandrinos (catorce sílabas divididas en dos partes o hemistiquios de siete. Al espacio, o la pausa, del medio se le llama cesura) con rima consonante. El nombre de este tipo de métrica se conoce como Cuaderna vía (gracias al Libro de Alexandre) o tetrástrofo monorrimo.

  Por último, atenderemos al lenguaje empleado. El lenguaje literario estaba cuidado y era selecto. Utilizaban recursos estilísticos más complejos que el mester de juglaría, con metáforas, símbolos y alegorías. Aún así, quisieron hacer un uso del lenguaje que pudiera ser entendido por el pueblo iletrado, aunque lo cierto es que su bagaje cultural y retórico jugó, en ese sentido, en contra.

  Cronológicamente, el mester de clerecía se prolongó desde mediados del siglo XIII hasta finales del XIV. Durante el primero de estos siglos mantuvo un cierto rigor métrico y aún se componen obras anónimas (estilo más rígido y constante), a excepción de su autor más representativo, Gonzalo de Berceo. A partir del Siglo XIV, se da entrada a formas poéticas de carácter lírico y metro más breve, y se produce la aparición de grandes figuras literarias, como el Arcipreste de Hita.

   Las obras más representativas del mester del siglo XIII, además de las de Gonzalo de Berceo, son tres: Libro de Apolonio, Poema de Fernán González (fusión entre mester de juglaría y de clerecía) y Libro de Alexandre.

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  Gonzalo de Berceo es el primer poeta conocido de la literatura castellana; los datos de su vida son confusos, pero parece que nació en el pueblo riojano de Berceo y que vivió en el cercano monasterio de San Millán. Dedicó su vida al servicio de su orden y a la propagación de su fe, finalidades a las que también dedicó sus esfuerzos como escritor.


   Por ello, el tema de sus obras es exclusivamente religioso: vidas de santos y dedicadas a la Virgen. Su obra más importante es Milagros de Nuestra Señora, que es una colección de veinticinco relatos en los que se cuenta un milagro realizado por la Virgen. Muchos de estos relatos presentan una estructura interna similar: presentación de los protagonistas, desarrollo del relato y desenlace (con moraleja).

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   Dentro del mester del siglo XIV, ya con un estilo más abierto a otras formas métricas y temáticas, el autor más representativo es Juan Ruiz, Arcipreste de Hita. Su obra, el Libro de Buen Amor, en pleno siglo XIV, es la culminación del arte de clerecía, si bien el Arcipreste es el clérigo más ajuglarado de toda nuestra literatura.

  Se conocen pocos datos biográficos del Arcipreste de Hita debido a que no hay en esa época reglamentación de registros parroquiales y por la falta de documentación en las crónicas. Sin embargo, se cree que nació en Alcalá de Henares hacia 1283, y que desempeñó el cargo eclesiástico de Arcipreste en Hita, una localidad cercana a Alcalá. Posiblemente, vivió entre 1280 y 1350, una época de crisis o ruptura que se manifiesta en todos los ámbitos.

   Los ideales no son ya el heroísmo exaltado de los cantares de gesta (XII/XIII) o la preocupación religiosa de los clérigos del XIII; sino el bienestar material y los goces y placeres de la vida cotidiana. Fijaos en que no es pequeño este cambio de mentalidad.

    Esta nueva mentalidad burguesa exige una visión realista de los hechos y orienta el carácter didáctico a adoctrinar para la vida terrenal (no para la eterna) con un tono realista y satírico. En esta línea se sitúa el Libro de Buen Amor.

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  La obra está constituida por un conjunto de elementos heterogéneos unidos por la presencia del protagonista (hilo conductor). En su mayor parte utiliza la cuaderna vía, pero contiene partes en otras estrofas y en versos cortos; característica, como has visto más arriba, de un mester ya evolucionado.  

   Aunque está escrita en primera persona, no es una autobiografía real, sino literaria. Juan Ruiz se presenta como un galán en una serie de aventuras amorosas que terminan en fracaso. En estos episodios se intercalan discusiones sobre el amor, sermones morales, fábulas, sátiras, cantigas profanas (serranas) o religiosas (marianas), y otros materiales difíciles de clasificar.  

    A pesar de esta variedad podríamos establecer una estructura: preliminares en prosa (oración inicial, prólogo, sermón…); el cuerpo del texto en verso (relato amoroso autobiográfico, fábulas de tradición clásica y oriental, el episodio de don Melón y doña Endrina con la participación de Trotaconventos, digresiones morales o satíricas, paisajes alegóricos como el de don Carnal y doña Cuaresma…; y la parte final, con composiciones líricas y juglarescas tanto religiosas como profanas.

    A pesar de los muchos cambios que observamos y de resultar un texto mucho más heterogéneo, Juan Ruiz sigue la base esencial de clerecía, que es “enseñar deleitando”. La fórmula autobiográfica posibilita la enseñanza y al mismo tiempo refleja la fuerte personalidad del autor (ironía, parodia, sátira, alusión a lo profano, etc.). Por otra parte, se pone de manifiesto la lucha espiritual del hombre medieval entre el “loco amor” y el “buen amor”, la tensión entre el vitalismo lleno de amor a la vida y la angustia por el temor a la muerte.

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