El siglo XV (literatura)

     El siglo XV es un siglo de transición entre la Edad Media y el Renacimiento, entre dos concepciones muy distintas del mundo. Seguirán algunos preceptos medievales, pero también habrán fructificado los avances vistos desde el XIII (núcleos urbanos, aumento del nivel de vida, universidades, cultura, arte, avances tecnológicos…). Por ello, algunos lo denominan Prerrenacimiento (ideas innovadoras). Aunque, antes de nada, contextualicemos todo esto un poco.

     Desde el punto de vista socioeconómico, la burguesía comenzará a ser una clase social importante, pues el comercio será una actividad que irá adquiriendo más relevancia al aumento de la población (menos epidemias) y al fortalecimiento de las ciudades.

Nebrija impartiendo gramática

    En lo referente al ámbito cultural, habrá un movimiento, el Humanismo, procedente de Italia que tendrá al hombre como centro de sus preocupaciones (antropocentrismo) y hará que la Iglesia ya no sea la única institución de exclusivo valor y pierda algo de protagonismo (igual que sucede siempre tiempos pretéritos, estos cambios no son de la noche a la mañana. Van, muy poco a poco). Esa crisis religiosa (contra el diezmo y las contribuciones económicas) coincide (no por casualidad) con la revalorización del cultivo de las letras y de las bellas artes, que van volviendo los ojos a la Antigüedad clásica.

    Además, habrá cierta obsesión por lo caduco. El pensamiento de que la vida es efímera provocará en algunos autores un sentimiento de desengaño y en otros el goce de cada momento (tópicos tempus fugit y carpe diem respectivamente). En este mismo sentido, la Muerte ya no será la enviada de Dios que alivia los sufrimientos de esta vida pasajera y desdichada; ahora se la temerá como la devoradora de vida en unos casos (se la representará como un esqueleto), aunque también se empezará a pensar en ella como la fuerza que llega para todo el mundo, ricos y pobres (poder igualador de la muerte). Este mismo hecho hará que se busque la fama como una alternativa a la vida eterna a través del recuerdo (esculturas, retratos, arte…). Los autores abandonan definitivamente el anonimato.

   No hay que olvidar que es el siglo de la invención de la imprenta (invento atribuido al alemán Gutenberg), lo que supuso el abaratamiento de libros y la difusión de cultura, ideas y, cómo no, lectores. Ahora la lectura pasa a ser una actividad individual.

Gutenberg

   En lo político (ya en la península), veremos luchas entre la monarquía y la nobleza por el poder, así como los reinados de Juan II, Enrique IV y los Reyes Católicos, que unifican las coronas de Castilla y Aragón, lo que pone las bases del Estado moderno y refuerza el poder de la misma monarquía (su poder). Se termina la Reconquista, se llega al Nuevo Mundo y aparece la primera gramática de una lengua romance (Nebrija: Gramática castellana). Todo esto ocurrirá en el año 1492, aunque también se establecerá el tribunal religioso de la Inquisición y la conversión de judíos y moriscos (y la expulsión).

 Centrándonos en la literatura, será un siglo con bastantes novedades técnicas que contará, principalmente, con dos joyas de las letras hispánicas que revolucionaran sus respectivos géneros (poesía y narrativa); aunque antes veremos el devenir de todo lo demás, pues, para enmarcarlos correctamente, es importante entender la evolución de la lírica tradicional y culta, el teatro medieval o los distintos caminos de la prosa.

  Comencemos con la lírica tradicional recuperando esas piezas sencillas, orales, anónimas y colectivas que cantaba el pueblo; los villancicos (canción de villanos, es decir, del pueblo). Es en este siglo que van creciendo, poniéndose por escrito y multiplicándose. Son composiciones generalmente de tema amoroso (repasar la entrada sobre poesía lírica medieval) enmarcadas en un entorno rural (importancia de la naturaleza) y con un fuerte carácter simbólico y predominio de verbos en movimiento, diminutivos, oraciones exhortativas y desiderativas, repeticiones, paralelismos…

   También son importantes los romances, que (según la teoría más extendida y convincente) nacen al final de la Edad Media al descomponerse los grandes poemas épicos (ver la entrada correspondiente) y segmentarse definitivamente en dos los largos versos de sus tiradas. Es cierto que eran versos irregulares y que los romances son versos octosilábicos (tendencia a esa medida de dieciséis) de rima asonantada en los pares (la sección en dos de cada verso de los cantares de gesta explica esta rima asonante y también los versos impares sueltos, sin rima). Además, esta gestación explica también la abundancia de temas épicos en el Romancero viejo.


  Veamos ahora sus características formales. Los romances son dúctiles, permiten y favorecen la recreación, la transmisión activa y creadora que da lugar a nuevas versiones de los mismos. Utilizan recursos como repeticiones, enumeraciones, antítesis, fórmulas y epítetos épicos, alternancia de tiempos verbales, lenguaje arcaizante, llamadas a los oyentes, diálogos, sencillez sintáctica y ausencia de símiles o metáforas complejas. Por lo tanto, se caracterizan por una aparente claridad y sencillez, por un narrador objetivo e impersonal, por su falta de didactismo o referencias religiosas, y por la frecuencia de finales trágicos y la abundancia de preguntas y respuestas dramáticas en los diálogos.

    Los romances se recopilan en lo que se conoce como Romancero viejo, un conjunto de romances que se cantaban a finales de la Edad Media. Es, por tanto, un género de origen oral y popular recopilado para ser leído por un público. Los romances viejos se suelen clasificar según su temática: el tema épico castellano (rey don Rodrigo, Bernardo del Carpio, Fernán González, infantes de Lara, el Cid…), fronterizos y moriscos (desarrollan escaramuzas guerreras entre moros y cristianos en tierras de frontera o la caballerosidad y el refinamiento de los moros), tema épico francés (Carlomagno, Roldán, batalla de Roncesvalles…), novelescos y líricos (temas bíblicos, mitológicos, historia clásica, amoroso…, o puramente inventados).

    Apuntaremos aquí que el Romancero viejo no es el único romancero de la literatura española. En los siglos XVI y XVI, los autores hicieron un nuevo corpus de romances, pero esta vez escrito por poetas cultos y famosos como Cervantes, Lope, Góngora o Quevedo. Se conoce como Romancero nuevo.

    Además, como curiosidad, cabe mencionar otro romancero, esta vez mucho más moderno, recogido desde finales del siglo XIX hasta nuestros días. Se llama Romancero oral moderno, y es un corpus inmenso de romances de la tradición oral de la península, Canarias, Hispanoamérica y de las comunidades sefardíes dispersas por el mundo.

   Toca el turno de la poesía culta, relacionada en este siglo con la corte de los reyes y llamada, por ende, poesía cortesana. Es la poesía de los autores famosos, es decir, de los nobles. El tema de esta poesía cortesana es el amor. En concreto, lo que conocemos como amor cortes, cuyo nacimiento (como ya explicamos en otra entrada) parte desde Provenza en el siglo XII. Consiste en que el caballero concibe a la mujer como si de un señor feudal se tratara, rindiendo culto y vasallaje.

  El poeta se declarará siervo de la dama (“mi señora”), que caracterizará como un cúmulo de perfecciones (belleza, honestidad, pureza…). El simple hecho de rendirse a la dama le otorga al poeta nobleza de espíritu. A pesar de ser un amor imposible y, de una u otra forma, prohibido; el poeta buscará un galardón (una prenda, un gesto…) que le anticipe el posible mecimiento de los afectos (en último término, la consumación sexual) de la dama y la fidelidad de su servicio. Por desgracia, la honestidad de la mujer impide acceder a sus deseos y es acusada de cruel por el poeta. Esta frustración transforma el sentimiento amoroso, que comenzaba alegre, en sufrimiento y dolor. Un dolor, además, inevitable; pues no podrá dejar de amarla, pondrá en peligro su vida y le hará desear la muerte.

   La poesía cortesana cumple una clara función social en la sociedad del siglo XV. El noble de la época ya no es solo un guerrero o un político. Ahora es un mecenas, un cortesano, un alma sensible que cultiva, en muchos casos, su propio arte poético. Es por esto que, bajo la protección de nobles o reyes, se compila la poesía en colecciones que responden a los nuevos fustos y costumbres cortesanos. Así nacen los cancioneros. Los cancioneros castellanos más conocidos son: el Cancionero de Baena, el Cancionero de Estúñiga, el Cancionero de Herberay des Essart, y el Cancionero de Palacio.


   Los temas de estos cancioneros son variados, aunque predomina la temática amorosa del amor cortés. No se trata solo de un amor literario o idealizado. Bajo la artificiosidad de la poesía se esconden conceptos que llegan al erotismo y hasta a la pasión sexual. De hecho, hay ejemplos en los que se celebra la alegre unión sexual.  

  En cuanto a las características formales de la poesía cortesana destaca la artificiosidad y la complicación: ambigüedad, sutileza, ingenio, un vocabulario muy restringido, el gusto por la paradoja y el concepto alambicado y una métrica particular. Tres son los grandes poetas del cancionero: el Marqués de Santillana, Juan de Mena y Jorge Manrique.

    En cuanto al teatro, ya vimos que no será relevante hasta el XVI, pero sí cabe destacar el teatro religioso de Gómez Manrique.

     Por último, hablaremos un poco de la prosa del siglo XV. Es continuación de lo anterior. Se divide en prosa histórica, didáctica y de ficción. Lo más relevante es ver cómo van tomando forma (desde la continuación de lo anterior) dos de las formas que siempre tienen más tirón entre el público (ambas dentro de la prosa de ficción): las narraciones sentimentales y los libros de caballerías. Como todos sabemos, estos últimos servirán como punto de partida de la crítica literaria que hará Cervantes al comienzo del siglo XVII con El Quijote

    Veremos mejor los distintos géneros de la prosa en la entrada del Renacimiento. Ahora finalizo este artículo anticipando el nombre de la última entrada de la literatura medieval, una obra que será cumbre de la literatura, que irá aparte de los subgéneros prosísticos de su época, y que resultará una clara influencia para la prosa posterior. Una adelantada a su tiempo, una de esas joyas que ponen a la literatura española en un lugar privilegiado. Sí, has acertado. Me refiero a la que conoces popularmente como La Celestina. 

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