Sobre la dinámica del Poder

    El poder… ¡Qué concepto tan curioso! ¿Qué es realmente el Poder? Es un sustantivo abstracto que esconde mucho más de lo que parece. Esconde, de hecho, cosas concretas y tangibles. Cuando decimos o pensamos en esta palabra, nos viene a la cabeza una fuerza que nos controla y tal; aunque, si se piensa bien, es una idea llena de fantasía. El sustantivo poder da respeto. Es verdad. Pero no hay que olvidar sus orígenes humildes. Está formado desde los usos del verbo, que tiene un significado mucho más terrenal que la abstracción del sustantivo.

   Cada persona, independientemente de sus orígenes, nace con muchas potencialidades, pero lo cierto es que es dependiente durante un tiempo. En ese sentido, no puede casi nada. Al crecer, va adquiriendo distintos poderes. Va aprendiendo a caminar, correr, saltar, coger cosas con las manos, hablar, abrazar, etc. Con el tiempo, será capaz de hacer un montón de cosas; así que tendrá mucho más poder que al empezar en este mundo. Esto demuestra que el poder no viene del aire. El poder está en todos nosotros. Eso sí, repartido, limitado.

    El mero hecho de nacer en un lugar determinado o en un tiempo concreto, te concede más poderes (o no) adicionales. Por ejemplo, ahora se puede, con ayuda de aviones y otros artefactos, volar; algo que hace un tiempo era imposible. Esto es solo un ejemplo claro de algo que se repite ad infinitum, lo que nos lleva a otra relación curiosa: la relación entre el poder y la posibilidad. Todas las gentes del mundo guardan para sí ciertos poderes, lo que deriva en un sinfín de posibilidades pasadas, presentes y futuras.

  Los animales, como siempre sucede, nos ponen más ejemplos para imaginar cualquier tema. Hay animales con posibilidad de subir a los árboles rápidamente, de forma muy ágil. Otros, no tienen esa opción. Los hay que pueden volar, morder, correr, saltar, usar palos, nadar, bucear, respirar bajo el agua, etc. Un montón de posibilidades que hubo a lo largo de los milenios y que se dieron y no dieron tantísimas veces en el mundo. Así nacieron los animales actuales, incluyendo al ser humano, que terminó pudiendo superar la posibilidad de dominar el planeta, comunicarse... Poder, posibilidad, más poder, más posibilidad, etc.

  Desde este punto de vista, el poder no resulta ya tan divino o inalcanzable. Así vemos de dónde procede. Si es así, ¿Por qué parece que unos tienen más poder que otros? Porque el poder se puede dar y quitar. No todo el poder, pero sí lo suficiente para formar una buena brecha entre las posibilidades de unos y de otros. El ser humano es un animal social. No vivimos solos, vivimos rodeados de gente. Ese simple hecho ha hecho que nuestra capacidad de medrar sea increíble, pero también que vayamos cediendo poder de unos a otros. Es una dinámica que siempre se da igual. Surgen las posibilidades que decía antes y con ellas responsabilidades y oportunidades nuevas para que unos tengan en su haber nuevas fronteras diferentes al resto de conciudadanos.

   Así nacen los humildes y los poderosos, esto es, las clases sociales. No importa dónde ni cuándo. Siempre existen. Da lo mismo que estudies la Edad Media europea que la Dinastía Ming o la Antigua Roma. Encontrarás clases sociales en la India, en España, en Estados Unidos o donde sea. Puede que encuentres algunas diferencias, pero lo que verás será muy similar. Como aquí no tengo espacio para hablar de todos los casos, me centraré en esquemas conocidos que representan las cosas de camino a la actualidad.

  Las sociedades tienden a acumular el poder en pocas manos. Se les suele llamar nobleza. Estos poderosos necesitan de muchísima gente para acumular su poder. Son los dueños de la tierra que los humildes trabajarán. La forma que han ido teniendo para justificar ese poder ha ido de la mano de la religión. De esa forma, en lo alto de la cadena de mando han estado siempre los aristócratas, que han mantenido de su lado a los religiosos y al pueblo para mantenerse. Además, han jugado un papel importante en la defensa de esas tierras, es decir, en los ejércitos.

   La forma de poder más común durante mucho tiempo en sociedades ya avanzadas fue la de los reyes, que son los nobles con más opciones de controlar al resto de iguales, que, a su vez, dominaban las pasiones y los estómagos del pueblo llano. Para denominar esta misma relación ha habido muchos títulos y formas, aunque sin una diferencia esencial entre ellas más allá de cuestiones culturales que no afectan a la estructura de esta forma de vivir. Este esquema sirve desde las primeras civilizaciones agrícolas de Mesopotamia hasta el siglo XVIII. En esencia, es lo que has estudiado en el cole como Antiguo Régimen, un modelo estanco en el que era casi imposible salir de ese rol preestablecido.

  El gran problema de este pacto social fue que no contó con un poder que parecía nuevo, pero que llevaba existiendo desde la Antigüedad: la Burguesía. La novedad era que el mundo moderno ya no podía seguir organizándose así. Había que encontrar un lugar relevante para la burguesía enriquecida de la época.

  En este punto hay algo que suele confundirse, así que trataré de ser claro. El asunto no era que la burguesía buscara una forma de tener poder. El tema es que ya tenía ese poder. Lo único que debía pasar es que la forma de gobierno de los Estados se acomodara a los intereses de estas personas que ahora tenían más poder que la nobleza. Gracias al comercio, la industria y a la banca; los dueños de la tierra ya no eran, necesariamente, los más pujantes, por lo que era indispensable volver a equilibrar ese poder para que reflejara el nuevo orden social. Un nuevo régimen hecho a medida de los nuevos ricos, la gente del progreso, los liberales…

   El gran error de esta gente es que no contó con el pueblo llano y con un nuevo estamento social, uno que ellos mismos habían creado: la clase trabajadora de las ciudades, es decir, el proletariado. Mucho se tuvo que luchar para que esa clase social fuera recompensada justamente por su trabajo. Tanto, que en muchos lugares todavía están en ello. Con todo, si piensas en las revoluciones históricas, verás que todas las clases sociales tienen cierto poder; más allá de si andan ejerciéndolo todo el día o no.

   De vuelta al día a día actual de los países que llaman “desarrollados”, puedes ver el resultado de lo que acabamos de repasar. Verás que los nobles y la Iglesia tienen mucho poder, pero no tanto como algunas empresas, bancos o asociaciones. Además, verás que hay Estados con más poder y recursos que otros; así como el poder de la gente trabajadora (en el campo y en las ciudades), con sus derechos y sus sindicatos. Pese a todo, con esto no tendremos todo el poder que ahora existe. La Democracia parece que reparte de forma justa ese poder. Se dice que hay, en los Estados modernos, división de poderes (legislativo, ejecutivo y judicial), aunque la efectividad real de esto es discutible. En fin, no quiero salirme mucho del tema; así que dejaré que cada lector piense lo que guste sobre los repartos de poderes y pasaré a otro poder esencial en nuestros días que no debemos ignorar. Hablo, cómo no, del cuarto poder, es decir, el de los medios de comunicación y la prensa.

   En el paso de la Edad Media a la Edad Moderna, la prensa y la palabra escrita, la propaganda y la difusión de ideas (buenas o malas) fueron esenciales en la lucha entre nobles, con la Iglesia, y la burguesía adinerada; pues difundían sus ideas y se ganaban el favor del pueblo. Con el tiempo, el poder de los medios no ha hecho más que crecer y crecer. En la actualidad, con Internet y un mundo conectado, este poder está, en apariencia, más repartido. Pero no es más que eso, apariencia.

   Para finalizar el artículo me gustaría reflexionar sobre una cuestión muy lógica. Algo del poder que no suele tenerse en cuenta. Me refiero a esa confusión que se suele tener con esta palabra. Muchos hacen cosas en cuanto pueden hacerlas, pero ahí están confundiendo el poder con la obligación. Poder hacer algo no implica necesariamente hacerlo. También se puede elegir no hacerlo. Poder no significa tener, solo te brinda una posibilidad. Además, que puedas hacer algo no implica que no puedan otros reaccionar por tus actos, o sea, no quiere decir que debas hacerlo.

   Cada día, todos podemos hacer muchas cosas que no hacemos. Ahí radica nuestra responsabilidad y nuestra ética. En lo que no hacemos. Ahí está el verdadero mérito. Lo que no debería nadie olvidar es que se puede estar un tiempo sin hacer algo; pero, más tarde o más temprano, llega un día y, por alguna razón que no esperaban, el pueblo decide actuar. Ahí está lo bonito de esta dinámica del poder.

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