Garcilaso de la Vega

  Nace en Toledo entre 1491 y 1503. Muere en Niza en 1536. Tuvo una vida breve pero intensa. Se relacionó con el emperador, con la casa de Alba, etc. Estuvo en varias campañas militares, hasta que muere en Francia al intentar tomar una fortaleza. Baltasar Castiglione lo definió como un hombre culto, elegante, valeroso y hombre de letras.

Tumba de Garcilaso

  Es el prototipo de cortesano renacentista, un noble de familia importante (con amigos más importantes todavía) y un militar relacionado con la corte y las guerras en Italia, Francia, etc. Es el modelo clásico de armas y letras. Como él mismo dijo, Garcilaso vivió “tomando ora la pluma, ora la espada”. Como poeta, que es lo que aquí nos interesa, es el más influyente del Renacimiento español, pero también del Barroco. Una figura clave que unirá lo viejo y lo nuevo para encontrar una voz propia, casi una metáfora perfecta de lo que significó España en la época de Carlos I.


  La poesía de Garcilaso, junto a su amigo Juan Boscán, nos brindará la oportunidad de adoptar los nuevos estilos italianos de Dante, Petrarca o Sannazaro (autor contemporáneo al toledano) al español y a la poesía anterior, que todavía en la primera mitad del XVI era la más oída. 

  Se suele dividir su obra en tres etapas definidas en función de su estancia en Nápoles. La primera etapa está enmarcada dentro de la poesía de cancionero del siglo XV. Cultivó en esta época una poesía arraigada. Aunque ya comienza a practicar algunas formas italianas, predomina el octosilábico castellano y no se ven elementos petrarquistas en sus versos.

  Lo característico de esta etapa es el silencio intimista, la austeridad imaginativa, la desatención de la naturaleza (y todo lo exterior), y que los artificios formales que presenta (juegos de palabras, derivaciones, antítesis…) son del gusto de la poesía cancioneril. Además; igual que a otros autores renacentistas como Boscán, Gutierre de Cetina o Fernando de Herrera; tuvo influencia del valenciano Ausìas March, un autor tardo medieval (XV) con un estilo cuidado y personal que se salía de las modas y costumbres de su tiempo

   La segunda etapa es la que se vincula con su contacto con Italia y con el Humanismo. En Nápoles, su poesía se adentra en el petrarquismo. Garcilaso imita temas, estilo y repertorio de imágenes de la belleza, así como los elementos de la naturaleza empleados para retratar a la amada y describir la vivencia amorosa del poeta.

  Dentro de los contemporáneos, Garcilaso será influenciado por Ludovico Ariosto y, principalmente, por Sannazaro. De hecho, la lectura de La Arcadia llevó al poeta español a incluir en sus composiciones pastores caracterizados por su melancolía y por un ambiente idealizado. Gracias al contacto con el Humanismo, el de Toledo se interesó en leer a los clásicos Virgilio, Horacio, Ovidio…; lo que también incluyó en su poesía.

  La última etapa es la más lograda, cuando encuentra su propia voz personal. Por tanto, la obra de Garcilaso no es una mera imitación de modelos locales o italianos; sino que alcanzó una plenitud expresiva raras veces conseguida por nadie. Dicho con otras palabras: cogió los elementos de toda la evolución literaria de Castilla y de otros lugares de España, se empapó de nuevas formas expresivas (las renacentistas) y, para terminar, logró hacerlas suyas y crear una cosa nueva y deferente, adaptada al español y al bagaje cultural peninsular.

  Su obra, preparada para su edición por su amigo Juan Boscán, fue publicada de forma póstuma en 1543. Es escasa: una oda (Oda a la flor de Gnido), una epístola en verso a Boscán, dos elegías, tres églogas, cinco canciones, unas pocas composiciones al estilo tradicional y 38 sonetos.


  Aún así, esta breve producción modificó el rumbo de la lírica castellana. Le otorgó su definitiva configuración, la modernizó. Los sonetos garcilasianos, tras el intento del Marqués de Santillana, son la aclimatación definitiva de la estrofa al español. En ellos, desarrolla, en esencia, el sentimiento amoroso. Un amor neoplatónico en el que no falta la indiferencia de la dama, el dolor del amante, la esperanza o la desesperanza.

  Es importante en Garcilaso y el tratamiento del tema amoroso, al estilo de Petrarca, su muestra de melancolía y cómo analiza los sentimientos provocados por el amor no correspondido o por el perdido (por ejemplo, por la muerte de la amada). Para describir a la amada usará unos pocos rasgos físicos; en cambio, para dibujar el mundo interior del poeta, del “yo” poético, se empleará a conciencia. No será hasta su madurez artística final que asuma una verdadera sentimentalidad renacentista suave y melancólica.

  En las elegías se descubrirá una influencia directa de los clásicos y una actitud estoica ante los sucesos adversos, aunque no exenta de un tono vitalista y optimista muy de la época. Las églogas (composiciones más largas en las que varios pastoriles dialogan sobre temas, generalmente amorosos, en un entorno idílico), junto a algunos sonetos, son la culminación del talento poético de Garcilaso. Las églogas de Garcilaso condensan toda la riqueza de su mundo poético y es donde su sinceridad se aproxima a la confidencia, pese al convencionalismo de la tramoya pastoril. Las tres églogas fueron compuestas durante su estancia en Nápoles. Son tres églogas.

  La Égloga I, que consta de 421 versos distribuidos en estancias, contiene los monólogos de dos pastores; Salicio, con sus tristes quejas por el rechazo de su amada Galatea; y Nemoroso, que llora la muerte de Elisa. De esta forma, plasma el debate entre amar y haber perdido frente al amor no correspondido. El poema concluye en una atmósfera de melancolía y de afirmación del “dolorido sentir” como condición de la existencia humana. Hay una mezcla de sincera confesión y contención sobria. Se percibe en el poema la emoción y la pasión de un amor vivido. Hay que resaltar la frecuencia de las exclamaciones y preguntas, la hipérbole al tratar el proceso amoroso y la identificación de la naturaleza con el sentimiento de dolor del poeta.

  La Égloga II fue la primera que escribió. Es la más extensa y la única que presenta una acción dramática. La trama se centra en el amor no correspondido de Albanio hacia Camila. Albanio intenta suicidarse y relata sus desventuras a su amigo. Por su parte, Nemoroso, además de referirse a sus propias experiencias amorosas, elogia las hazañas del duque de Alba, protector del poeta. Así vemos cómo se cruzan los temas de amor con la política de la vida del autor.

  La Égloga III, para muchos la obra más lograda de Garcilaso, está escrita en Octavas reales. En ella, cuenta que, a orillas del Tajo, cuatro ninfas bordan en sus telas sendas historias de amor y muerte (la historia de Orfeo y Eurídice, la de Apolo y Dafne, la de Venus y Adonis y la de Elisa y Nemoroso). La inclusión de la historia amorosa de Garcilaso (la historia de Elisa (Isabel Freyre) y Nemoroso (Garcilaso) supone una reelaboración artística considerable, pues la vida se transforma en poesía que, a su vez, se transforma en tema de pintura. Esta égloga sobresale por la soltura en el uso de los recursos literarios, por su perfecta estructura y, si la comparamos con las otras dos, por un mayor distanciamiento en la expresión del sentimiento amoroso del poeta.

   Como puede observarse, el amor es el tema predominante en la poesía de Garcilaso. Su concepción de este es marcadamente neoplatónica, con huellas de la tradición petrarquista. El de Toledo oscila entre la esperanza y la desesperanza, se recrea en su dolor como amante y en la indiferencia de la amada, así como el uso de secreto del amor cortés o el análisis agudo de diversos estados de conciencia.

 Su poesía transmite una fuerte sensación de sinceridad, que se ha relacionado con el carácter autobiográfico de los poemas de Garcilaso. Conviene decir que era propia de la poesía de la época una cierta “retórica de la sinceridad”, que pretendía que los sentimientos expresados en los versos transparentaran cierta idea de verdad. En este sentido, puede advertirse una evolución en la poesía de Garcilaso desde sus primeras composiciones, más próximas a la lírica cancioneril y sus tópicos amorosos, hasta sus poemas de madurez impregnados de la nueva sentimentalidad renacentista, más sutil y melancólica.

  Otro tema muy presente en este autor indispensable de nuestra literatura es la naturaleza, utilizada como entorno estilizado e idealizado en el que los personajes se quejan de sus cuitas amorosas, pero también como confidente que escucha y consuela a los pastores en sus quejas (aquí se ve la influencia de Virgilio). La utopía pastoril tiene un innegable carácter idealista y en ella las relaciones humanas y económicas se atienen a los modelos que la inmutable naturaleza ha establecido.

   Para finalizar esta entrada conviene hablar un poco de la métrica y el estilo de Garcilaso, que, como veremos, influirá decisivamente en toda la poesía posterior. De hecho, su labor poética se inscribirá en un fenómeno mucho más amplio, la lírica española de los siglos XVI y XVII. La nueva lengua poética se ajusta a los ideales renacentistas de naturalidad y elegancia. Su lenguaje es aparentemente sencillo, fluido y natural. Busca el equilibrio clásico entre la pasión y la contención. Este deseo de armonía se refleja en la frecuente simetría de sus estructuras poéticas: versos bimembres, elementos duplicados o triplicados, paralelismos sintácticos, etc.

   El tono de su poesía es dulce, triste y melancólico, como revelan los adjetivos antepuestos, uno de los rasgos más característicos de su estilo: dulces prendas, dulce nido, triste canto, triste y solitario día, cansados años… A este tono contribuye también la novedosa métrica garcilasiana, con predominio del endecasílabo, frecuentemente asociado al heptasílabo, lo que le proporciona una gran libertad expresiva. Es, asimismo, un verso muy musical por la acertada combinación de acentos y rimas, por sus aliteraciones, hipérbatos, etcétera.

  Todo esto es fruto del contexto histórico y literario en que se movió y de los sistemas poéticos que conoció. El primer tercio del siglo XVI es una época de intensa innovación y apertura que Garcilaso vivió en España y en Italia.

Sobre la Identidad

   He querido reflexionar un poco sobre este concepto tan cambiante, subjetivo y polifacético que es la identidad. Veo que las personas asocian muchas cosas a lo que sienten como su propia identidad, es decir, a sus señas de identidad. Unos miran a su pueblo, su ciudad, su territorio más cercano o su país. Otros lo miden en función de su religión, sus creencias o sus valores, incluyendo su ideario político y otras cosas como la cultura o la etnia. En un tercer grupo estarían los que se fijan más el aspecto sexual, de género y aquello que sienten por dentro. Por último, están los que marcan sus señas de identidad por factores sociales como la familia, los amigos, los intereses, la economía, el estatus o las aficiones (música, juegos, deportes…).

  La realidad es que consciente o inconscientemente son todas estas señas distributivas lo que forma cada una de nuestras identidades particulares. Al final, es una gigantesca suerte de infinitas opciones. Tantas como personas hay en la Tierra. Eso sin contar con la posibilidad de tener más de una identidad.

   Hasta aquí, por mí perfecto. Cada uno es bien libre de sentirse como quiera. No seré yo el que ponga eso en tela de juicio. Lo que sí debo reflexionar es sobre el hecho en sí de marcar estas señas de identidad ad infinitum, pues el resultado final es el mismo que el que uno particularmente quiera. Esto es lícito, pero no por eso resulta necesariamente lógico o vinculante para objetivos subsiguientes. Por tanto, debería quedarse en el terreno de lo anecdótico y lo particular de cada uno.

  Por el contrario, sí hay algunos elementos tangibles y objetivos en el tema de la identidad que no suelen formar parte de la identidad de ninguna persona, pueblo, etnia o lo que sea. Son cosas tan obvias que no queremos verlas como parte de nosotros, aunque todos lo sabemos de sobra. Me refiero a hechos tan simples como la definición objetiva de lo que somos. ¿Qué somos? Seres humanos, personas.

  Toda definición de identidad de una persona debería pasar citando el hecho de que es una persona. Al ser una persona, debería también decir que es un animal. En este caso, es un ser humano al diferenciarse de otros animales; pero sin olvidar que es un animal para diferenciarse de aquellos seres vivos que no son animales. Como animales, nos hemos diferenciado de otros seres vivos, pero también nos seguimos definiendo como vivos en contraposición a lo inerte. Del mismo modo, al etiquetarnos como personas, deberíamos entender todos que somos parte de una colectividad, es decir, terrícolas.

  Temo que nunca veamos esto sin la ayuda de alguna especie invasora de fuera del planeta. Por muy sencillo que sea. ¿O conoces a alguien que no sea un animal, un ser vivo o un terrícola? Estas etiquetas lógicas no terminan aquí, pero no quiero extender mucho el hecho porque creo que ya se entiende bien. Sí te daré otras pistas que podrían identificarnos a todos nosotros: primates, bípedos, mamíferos, etc.

  Parece que no nos interesa vernos de esta forma, que es mejor fijarse más en las pequeñas diferencias, por subjetivas y endebles que sean en algunos casos. En parte, puedo entenderlo, pues nos identificamos en relación al entorno más cercano. Sin embargo, en una sociedad global como la actual, estamos llegando al punto que si no empatizamos entre nosotros sobre qué es lo que realmente somos como colectividad, terminemos equivocándonos sin remedio y no veamos lo ligados que estamos al resto de animales, de seres vivos o a la Tierra en sí misma.

 Volvamos a las señas que sí solemos tomar como propias para identificarnos a nosotros individualmente, en grupo o en contra de otros. ¿Cómo de objetivas o inventadas son? Esta pregunta es extremadamente difícil y polémica. Habrá que contestarla con sumo cuidado y entender que he comenzado el texto respetando la identidad que cada uno quiera tener de sí mismo. Con todo, sí me gustaría explorar los cimientos reales para sustentar estas etiquetas como un sistema racional de identificación desde el exterior, independientemente de cómo se sienta cada uno por dentro.

  Siguiendo con la biología, toca ver esas dos etiquetas tradicionales de género binario que manejamos todos. Hombre y mujer, la eterna pareja. Puede parecer neutral qué es ser hombre y qué es ser mujer. En principio, lo es; pero, lo cierto es que hemos ido poniendo condicionantes a estos términos y hemos cerrado mucho las opciones. Yo creo que hay muchas formas de ser un hombre y muchas de ser una mujer, tantas como hombres y mujeres existen. Sin embargo, tendemos a simbolizar ciertos atributos, roles y deberes a estos dos grupos y los encorsetamos, los asfixiamos, los cosificamos.

  Ahí está el error, en pretender que ser hombre o mujer signifique lo que unos querían en el pasado y muy pocos quieren ahora. Si cada uno pudiera ser hombre o mujer según quiera cada cual serlo, habría menos problemas con este tema. Se podría hablar más abiertamente sin que te comiencen a encerrar con etiquetas absurdas, populistas y desfasadas. Con todo, creo que es una dicotomía que funciona bien en la gran mayoría de los casos (si estuviera más abierta y libre de ideología). Es, sin duda, práctica y coherente desde su campo de estudio.

   Por otro lado, sí hay, como digo, un margen de error en toda clasificación, sobre todo cuando sale de su lugar y aterriza en otro; así que qué mínimo que respetar la identidad de cada uno. No seré yo el que le diga a nadie cómo debe sentirse. En este sentido, habría un tercer grupo que tenga que abarcar toda identidad de género que se salga de esta propuesta bimembre.

  Siguiendo con las etiquetas que sí son objetivas, me topo, cómo no, con el lenguaje humano. Lo explicaré de forma muy sencilla, es decir, con mi lenguaje, con el español. Es innegable que mi lengua materna es el español. Eso, quiera o no, me define sin remedio, pues estoy en un grupo de gente, dentro de todos los humanos del planeta, que habla español. En concreto, en un grupo que piensa y vive en español. Insisto en que no va de lo que creo o lo que siento, va de hechos innegables. Ese mismo camino me lleva a algo que pone en el DNI, mi país. No pone si me gusta o no me gusta el hecho en sí. Solo pone que soy español, es decir, que soy un ciudadano de un país que se llama España. Lo demás sería ya harina de otro costal.

   En este sentido, también es irrefutable que cada persona vive en un lugar. Lo puedes llamar pueblo, casa, ciudad, comarca, territorio, barrio o como quieras. El truco aquí está en que sí, estamos en un lugar o en otro y eso nos define; igual que la pertenencia a una familia, una etnia o a otra colectividad, la que sea; pero eso no quiere decir que seamos de una u otra forma por ese hecho. Ahí ya entraríamos en generalizaciones simplistas, sesgadas y torticeras para etiquetarnos, subvencionarnos o estigmatizarnos.

  Estos factores sociales o culturales como la religión, los amigos, la generación, el estatus, los intereses, las aficiones, el trabajo, etc. son como la ideología, la cultura, las creencias, los valores o tu sexualidad, es decir, señas de identidad personales e infinitas que no deberían ser importantes para los demás. Simplemente deberíamos ser libres de identificarnos con cualquiera de ellas, sin más. No tendrían que ser relevantes para el resto, pues son esenciales para cada uno. ¿No merece eso el máximo respeto, que es el respeto que no juzga, no habla, no señala?

  Quiero ir terminando esta pequeña reflexión de identidad con un tema complejo que ahora se suele identificar con el color o el origen, y que antes lo hacía con las razas. Si has leído hasta aquí y no echabas en falta esta categoría, vas bien. Identificar al resto por colores es tan absurdo como hacerlo por el color de los ojos, el pelo, la estatura o cualquier atributo físico irrelevante para los demás.

   Llego al final del artículo sabiendo que podría haber estirado el tema muchísimo, pero con ganas de concluirlo con un pensamiento concreto: que no se señale a nadie por su identidad, que se tenga libertad real para sentirse como un quiera, que no se manipule a los demás con ese pretexto y que no se discrimine por ello; pero también que no se formen chiringuitos y absurdeces con las pobres minorías, que no necesitan más que un poco de normalidad y libertad. 

Sobre lo objetivo y lo subjetivo

   Vivimos en una época en el que, sin duda, reina lo subjetivo. Hasta tal punto llega, que lo objetivo es visto como una opinión más, igual de válida, o no, que aquello que siento y sufro de forma subjetiva.

  La distinción, en teoría, de estos conceptos es sencilla. Lo subjetivo es cómo ves las cosas desde tu perspectiva, desde tus emociones, en definitiva, desde tu propio prisma deformado e interesado. Lo objetivo, en cambio, pretende ser algo medible que pueda verse de forma similar por todos. Por ejemplo, si se demuestra que un político ha recibido algún dinero ilícito por hacer su trabajo; no sé, alguna comisión o “mordida”; es objetivo que se ha saltado la ley. Sin embargo, según tus creencias, tu ideología o lo que sea que te mueva; verás ese hecho desde tu prisma, por lo que tu opinión será subjetiva.

  En muchos casos, lo objetivo no es algo fácil de ver. Algunos lo rechazan de plano porque no es un axioma científico inamovible en el sentido estricto; sin embargo, en el ámbito de lo social, lo cultural o lo humano, es lo más parecido que existe. Al menos, mostrará hechos, datos, gráficas, etc. Gracias a eso, puede haber leyes, normas y reglas comunes en sociedad. Lo más parecido para acercarnos a la idea inalcanzable de eso que llaman Justicia.

  Este concepto tiene, además, un problema grave de cara al público: es feo, anda raro, como escondido. Tiene complejos, deformidades y no suele caer muy bien; pues te dice la verdad, así, sin miramientos, sin escrúpulos. Por otro lado, no suele estar de buen humor. Anda triste, sin amigos. Muchos le dicen que huele mal, por eso se le margina. Como puedes imaginar, no lo tiene fácil para socializar. Es cierto, le cuesta bastante. No lo puede remediar. Él es así y, al contrario que cualquiera de nosotros, no puede cambiar. Diré más, no debe. Un leve cambio le lleva a su opuesto. Así de crudo lo tiene para ser aceptado el concepto de lo objetivo.

 Su compañero (su contraparte), en cambio, siempre fue un tipo resultón. Siempre de moda. Eternamente joven. Sociable, simpático y amigable. Una apariencia sin par. Con todo, creo que también está triste, cansado de acomodarse a todos. Cansado de mentir por los demás. Me dijo un día, en confidencia, que se sentía, en el fondo de su alma, solo y vacío. Al principio me resultó irónico, pues es de los que andan por ahí, en compañía de todos, con innumerables amigos y conocidos. Al poco rato, puede comprenderlo mejor: estaba aturdido por la fama, acosado por los fans y harto de no poder ser él mismo. Algo me dice que solo una cosa podría consolarlo: reencontrarse y poder entenderse con el otro. Sí, con lo objetivo. De esa forma, con algo de suerte, recuerde cuál es su lugar en el mundo.

 Es cierto que con las cosas objetivas también se puede mentir y manipular. No tienes más que interpretarlo en el sentido que mejor te venga. De hecho, falsear lo objetivo es la mejor forma de engañar. Es la forma más oficial, la que mejor queda, la profesional. No digo ya inventarte datos falsos, no va de eso el artículo; aunque sea algo que sucede cada día en los medios y en los gobiernos. Sin embargo, no arremeteré ahora con ello. La cuestión es el uso fraudulento de hechos objetivos, verificables. Ahí radica la forma efectiva de engañarnos a la población. Si lo piensas bien, es algo que saben hacer hasta los niños pequeños. Al final, es mentir con la verdad, exagerar, cambiar causas por consecuencias e inferir cualquier cosa que te venga bien en ese rato, etc.

  Sí, esa es una buena forma de engañar a la gente. Pero, ¡ojo!, que no es ni la más eficiente ni la más utilizada. En general, se suele optar por el otro enfoque, el subjetivo. Desde esta perspectiva ya no importa ni la verdad, ni los estudios, ni las pruebas, ni los hechos, ni nada de nada. Aquí ya solo importan las emociones. Lo triste es que ni siquiera hacen falta sutilezas. Es suficiente con la brocha gorda para manipularnos, es decir, con las emociones básicas; las seis armas de destrucción masiva de cerebros.

  Estas poderosísimas herramientas están un poco especializadas por parejas. El miedo y la tristeza se utilizan para controlar a la población; el asco o la ira para dividirla y enfrentarla; y, por último, la alegría y la sorpresa para fines comerciales o lúdicos, es decir, para distraer. Además, verás que en todos los casos es necesario mucho menos esfuerzo que con enfoques objetivos tanto para lograrlo como para el consumidor. Como es lógico, no son las únicas emociones. Hay muchísimas más. Algunas de ellas; la envidia o la avaricia, por ejemplo; muy útiles también en el asunto de hoy, pero ya te haces una idea con unos cuantos ejemplos sobre estas seis.

  Me acuerdo mucho de la Pandemia. ¿Te acuerdas de todo lo que pasó y todo lo que hicimos? Pues mucho de ello fue por el miedo que tuvimos, y el que nos inocularon. También hubo mucha dosis, como os adelantaba antes, de tristeza en aquello. De hecho, no dan ganas de recordarlo demasiado.       Sobre la ira y el asco; o, dicho de otra forma, el odio; hay tantos ejemplos que me entra furia solo de pensarlos. El odio sirve para dividir a la gente, algo esencial si quieres controlarlos; pues todo el mundo sabe que juntos somos mucho más fuertes. Una amenaza en potencia.

   Algunos lectores serán amantes del fútbol, o de cualquier otro deporte. Lo normal es que te guste más un equipo. No sé, el de tu ciudad o uno bueno, o uno que viste de chaval. No importa, en todos los casos está correcto. El problema nunca fue que ames unos colores. Sí, es algo un poco sentimental e irracional, pero es sano y tiene lógica. Formas parte de algo, de un sentimiento, de una pasión. La hinchada que se une para apoyar a los suyos. Lo que es absurdo es que odies otros, o que aproveches la situación para soltar adrenalina y ponerte a hostias con todo el mundo que no lleve los colores de tu equipo.

   La cosa empeora cuando entran en conflicto, más allá de los colores, las ideologías. Ahí ya sí que ve uno las manadas de borregos dirigidos por los pastores de siempre. Todos uniformados y encaminados a las urnas, clamando al son de las tonterías de siempre. ¿Y para defender qué? ¿Ser de izquierda, de derecha, de Madrid o de Barcelona? Igual venía bien pensarlo antes de llegar dando botes con tu voto.

  En efecto, ahora los que defienden una ideología son como fanáticos de sus colores. No por nada, solo porque les toca en un lugar o en otro. Simple y triste a partes iguales. ¿No estaría mejor poner toda esa energía, juntos, en exigir a nuestros representantes que asuman, de verdad y sin excusas, la responsabilidad que dicen tener? Yo creo que sí, que es absurdo odiar por mitades. Nos impide ver el bosque y vigilar lo importante. En fin, así funcionan las emociones cuando no sabes controlarlas.

 Como ya estarás viendo, no son pocas las veces que las emociones actúan a la vez. Los mismos ejemplos utilizados para el odio me sirven, en algunos casos, para el miedo; o para la alegría, la tristeza, etc. Terminaré el repaso de estos motores subjetivos que son las emociones descontroladas con las más divertidas, aunque no por ellos dejan de ser perniciosas o poco efectivas para lo que son.

  Eso es, toca hablar de la sorpresa y de la alegría. Igual que antes con el fútbol; en principio, estas emociones están bien. Muy bien, de hecho. Entretenimientos, viajes, excursiones, aficiones, juegos, redes sociales… Todo lo que te saque de la rutina y te motive, si no va contra otras personas, está muy bien. Es necesario, es la vida en sí misma. Lo malo llega cuando dejas de ser tú el que elige, cuando te dejas llevar o, mejor dicho, cuando dejas que te lleven. Televisiones, anuncios, programas, plataformas, famosos, etc. Eso ya es diferente. Ahí sí que te la están liando a lo grande.

  Si cuando juegas, te relacionas en redes o ves contenido en tu tele o tu ordenador; notas que te dosifican la alegría como si fuera una droga, ahí tienes el primer indicio de que no te diviertes. Estás en el juego facilón del conductismo más básico, el que se usa para entrenar a perros y otros animales. Las dosis pequeñas y pensadas; pero sin parar, sin freno, sin fin. Son las recompensas positivas para mantenerte anestesiado, así de sencillo. Sí, ya sé; tú controlas. Lo sé. Claro, igual que yo. Controlamos de lujo, cómo no. Con todo, están abusando de ti.

  Supongo que verás, como yo, que la lucha entre lo objetivo y lo subjetivo es desigual. No se puede apelar a la razón contra lo emocional. El porcentaje de éxito es muy bajo. Por lo tanto, deberíamos tener algunas herramientas útiles para defendernos del mundo moderno. ¿Cuáles pueden ser?

  Aunque no lo creas, hay muchas. Están ahí, al alcance de todos. Algunas requieren esfuerzo, es verdad. El pensamiento crítico, la razón, lo objetivo, los argumentos… Esas siempre son buenas armas, pero, sí, cuesta un poco afilarlas. No pasa nada, hay más opciones. Tranquilos, que no son excluyentes. La primera es la famosa e incomprendida empatía. Sí, otra emoción. Es verdad. No será la única. La solución debe ir por ahí. Está en las emociones. Hay otras que ayudan bastante: el orgullo, la generosidad, el amor (por ahí te toparás con la empatía)…

  Para terminar hablaré de otro truco para no ser arrastrado por las oleadas de sensiblerías de hoy en día: la gestión emocional. No debes escudarte en la emoción que tengas en cada momento para concluir lo que te dé la gana. Eso te convierte en un niño mimado y tontorrón. Tus emociones debes aprender a sentirlas. Total, es gratis.

Sobre la dinámica del Poder

    El poder… ¡Qué concepto tan curioso! ¿Qué es realmente el Poder? Es un sustantivo abstracto que esconde mucho más de lo que parece. Esconde, de hecho, cosas concretas y tangibles. Cuando decimos o pensamos en esta palabra, nos viene a la cabeza una fuerza que nos controla y tal; aunque, si se piensa bien, es una idea llena de fantasía. El sustantivo poder da respeto. Es verdad. Pero no hay que olvidar sus orígenes humildes. Está formado desde los usos del verbo, que tiene un significado mucho más terrenal que la abstracción del sustantivo.

   Cada persona, independientemente de sus orígenes, nace con muchas potencialidades, pero lo cierto es que es dependiente durante un tiempo. En ese sentido, no puede casi nada. Al crecer, va adquiriendo distintos poderes. Va aprendiendo a caminar, correr, saltar, coger cosas con las manos, hablar, abrazar, etc. Con el tiempo, será capaz de hacer un montón de cosas; así que tendrá mucho más poder que al empezar en este mundo. Esto demuestra que el poder no viene del aire. El poder está en todos nosotros. Eso sí, repartido, limitado.

    El mero hecho de nacer en un lugar determinado o en un tiempo concreto, te concede más poderes (o no) adicionales. Por ejemplo, ahora se puede, con ayuda de aviones y otros artefactos, volar; algo que hace un tiempo era imposible. Esto es solo un ejemplo claro de algo que se repite ad infinitum, lo que nos lleva a otra relación curiosa: la relación entre el poder y la posibilidad. Todas las gentes del mundo guardan para sí ciertos poderes, lo que deriva en un sinfín de posibilidades pasadas, presentes y futuras.

  Los animales, como siempre sucede, nos ponen más ejemplos para imaginar cualquier tema. Hay animales con posibilidad de subir a los árboles rápidamente, de forma muy ágil. Otros, no tienen esa opción. Los hay que pueden volar, morder, correr, saltar, usar palos, nadar, bucear, respirar bajo el agua, etc. Un montón de posibilidades que hubo a lo largo de los milenios y que se dieron y no dieron tantísimas veces en el mundo. Así nacieron los animales actuales, incluyendo al ser humano, que terminó pudiendo superar la posibilidad de dominar el planeta, comunicarse... Poder, posibilidad, más poder, más posibilidad, etc.

  Desde este punto de vista, el poder no resulta ya tan divino o inalcanzable. Así vemos de dónde procede. Si es así, ¿Por qué parece que unos tienen más poder que otros? Porque el poder se puede dar y quitar. No todo el poder, pero sí lo suficiente para formar una buena brecha entre las posibilidades de unos y de otros. El ser humano es un animal social. No vivimos solos, vivimos rodeados de gente. Ese simple hecho ha hecho que nuestra capacidad de medrar sea increíble, pero también que vayamos cediendo poder de unos a otros. Es una dinámica que siempre se da igual. Surgen las posibilidades que decía antes y con ellas responsabilidades y oportunidades nuevas para que unos tengan en su haber nuevas fronteras diferentes al resto de conciudadanos.

   Así nacen los humildes y los poderosos, esto es, las clases sociales. No importa dónde ni cuándo. Siempre existen. Da lo mismo que estudies la Edad Media europea que la Dinastía Ming o la Antigua Roma. Encontrarás clases sociales en la India, en España, en Estados Unidos o donde sea. Puede que encuentres algunas diferencias, pero lo que verás será muy similar. Como aquí no tengo espacio para hablar de todos los casos, me centraré en esquemas conocidos que representan las cosas de camino a la actualidad.

  Las sociedades tienden a acumular el poder en pocas manos. Se les suele llamar nobleza. Estos poderosos necesitan de muchísima gente para acumular su poder. Son los dueños de la tierra que los humildes trabajarán. La forma que han ido teniendo para justificar ese poder ha ido de la mano de la religión. De esa forma, en lo alto de la cadena de mando han estado siempre los aristócratas, que han mantenido de su lado a los religiosos y al pueblo para mantenerse. Además, han jugado un papel importante en la defensa de esas tierras, es decir, en los ejércitos.

   La forma de poder más común durante mucho tiempo en sociedades ya avanzadas fue la de los reyes, que son los nobles con más opciones de controlar al resto de iguales, que, a su vez, dominaban las pasiones y los estómagos del pueblo llano. Para denominar esta misma relación ha habido muchos títulos y formas, aunque sin una diferencia esencial entre ellas más allá de cuestiones culturales que no afectan a la estructura de esta forma de vivir. Este esquema sirve desde las primeras civilizaciones agrícolas de Mesopotamia hasta el siglo XVIII. En esencia, es lo que has estudiado en el cole como Antiguo Régimen, un modelo estanco en el que era casi imposible salir de ese rol preestablecido.

  El gran problema de este pacto social fue que no contó con un poder que parecía nuevo, pero que llevaba existiendo desde la Antigüedad: la Burguesía. La novedad era que el mundo moderno ya no podía seguir organizándose así. Había que encontrar un lugar relevante para la burguesía enriquecida de la época.

  En este punto hay algo que suele confundirse, así que trataré de ser claro. El asunto no era que la burguesía buscara una forma de tener poder. El tema es que ya tenía ese poder. Lo único que debía pasar es que la forma de gobierno de los Estados se acomodara a los intereses de estas personas que ahora tenían más poder que la nobleza. Gracias al comercio, la industria y a la banca; los dueños de la tierra ya no eran, necesariamente, los más pujantes, por lo que era indispensable volver a equilibrar ese poder para que reflejara el nuevo orden social. Un nuevo régimen hecho a medida de los nuevos ricos, la gente del progreso, los liberales…

   El gran error de esta gente es que no contó con el pueblo llano y con un nuevo estamento social, uno que ellos mismos habían creado: la clase trabajadora de las ciudades, es decir, el proletariado. Mucho se tuvo que luchar para que esa clase social fuera recompensada justamente por su trabajo. Tanto, que en muchos lugares todavía están en ello. Con todo, si piensas en las revoluciones históricas, verás que todas las clases sociales tienen cierto poder; más allá de si andan ejerciéndolo todo el día o no.

   De vuelta al día a día actual de los países que llaman “desarrollados”, puedes ver el resultado de lo que acabamos de repasar. Verás que los nobles y la Iglesia tienen mucho poder, pero no tanto como algunas empresas, bancos o asociaciones. Además, verás que hay Estados con más poder y recursos que otros; así como el poder de la gente trabajadora (en el campo y en las ciudades), con sus derechos y sus sindicatos. Pese a todo, con esto no tendremos todo el poder que ahora existe. La Democracia parece que reparte de forma justa ese poder. Se dice que hay, en los Estados modernos, división de poderes (legislativo, ejecutivo y judicial), aunque la efectividad real de esto es discutible. En fin, no quiero salirme mucho del tema; así que dejaré que cada lector piense lo que guste sobre los repartos de poderes y pasaré a otro poder esencial en nuestros días que no debemos ignorar. Hablo, cómo no, del cuarto poder, es decir, el de los medios de comunicación y la prensa.

   En el paso de la Edad Media a la Edad Moderna, la prensa y la palabra escrita, la propaganda y la difusión de ideas (buenas o malas) fueron esenciales en la lucha entre nobles, con la Iglesia, y la burguesía adinerada; pues difundían sus ideas y se ganaban el favor del pueblo. Con el tiempo, el poder de los medios no ha hecho más que crecer y crecer. En la actualidad, con Internet y un mundo conectado, este poder está, en apariencia, más repartido. Pero no es más que eso, apariencia.

   Para finalizar el artículo me gustaría reflexionar sobre una cuestión muy lógica. Algo del poder que no suele tenerse en cuenta. Me refiero a esa confusión que se suele tener con esta palabra. Muchos hacen cosas en cuanto pueden hacerlas, pero ahí están confundiendo el poder con la obligación. Poder hacer algo no implica necesariamente hacerlo. También se puede elegir no hacerlo. Poder no significa tener, solo te brinda una posibilidad. Además, que puedas hacer algo no implica que no puedan otros reaccionar por tus actos, o sea, no quiere decir que debas hacerlo.

   Cada día, todos podemos hacer muchas cosas que no hacemos. Ahí radica nuestra responsabilidad y nuestra ética. En lo que no hacemos. Ahí está el verdadero mérito. Lo que no debería nadie olvidar es que se puede estar un tiempo sin hacer algo; pero, más tarde o más temprano, llega un día y, por alguna razón que no esperaban, el pueblo decide actuar. Ahí está lo bonito de esta dinámica del poder.