Nació en Belmonte, Cuenca (1527/8), y murió en Madrigal de las Altas torres, Ávila, en 1591. Fue un poeta, pero también un religioso agustino, un astrónomo, un teólogo y un humanista de la escuela de Salamanca (catedrático).
Fue uno de los poetas más importantes de la segunda fase
del Renacimiento del siglo XVI (segunda mitad del siglo/reinado de Felipe II)
junto con Alonso de Ercilla, Fernando de Herrera o los místicos san Juan de la
Cruz o santa Teresa de Ávila.
Su vida estuvo dedicada a la reflexión, el estudio, las reformas teológicas, la teología o su labor de traducción, entre otras. Fue, además, un hombre influyente en su época, para bien o para mal, que no dejó indiferente a nadie. Tuvo problemas con otros religiosos y con la Inquisición por traducir textos sagrados (Cantar de los Cantares, por ejemplo) y por su afán reformador, propio de una época plagada de cambios. Con todo, fue, en general, un hombre activo y respetado en círculos teológicos e intelectuales.
Perdió el puesto en la Universidad de Salamanca los años
que estuvo preso y juzgado por saltarse los mandatos que no permitían traducir
del hebreo el citado texto. Recordamos aquí que estamos en una época muy
marcada por las reformas protestantes en Europa, así que el celo de la Iglesia
sobre la interpretación libre de los textos sagrados era mayúsculo. Tras mucho
deliberar, pudo demostrar que lo hizo con fines privados; por lo que, al final,
quedó libre de cargos. En el fondo, los verdaderos motivos de este proceso
fueron rivalidades y rencillas personales, es decir, envidias que despertaba en
otros religiosos.
No fue este episodio el único problema que tuvo, pero sí
el más largo y el que le mantuvo preso unos cuatro años. Fue un proceso
inquisitorial que se alargó casi cinco. Como anécdota, cabe destacar que acabó
logrando otra cátedra, la de teología, en la Universidad. El día que volvió,
continuó sus clases, como si nada hubiera pasado: “como decíamos ayer”.
El propio fray Luis dividió su obra en traducciones de
clásicos (Geórgicas y Bucólicas de Virgilio y otros), traducciones bíblicas
(Libro de Job, salmos y Cantar de los Cantares) y su obra original. Repasaremos,
como es lógico, la original. Es bastante breve. Se compone de menos de cuarenta
poemas. La mayoría pertenecen al género clásico de la oda, aunque también hay
algún soneto juvenil enmarcado dentro de la tradición petrarquista.
Aunque hay dudas sobre la datación exacta de algunos, sus poemas suelen agruparse en tres periodos: antes, durante y después de la prisión.
Los escritos, pues, antes de 1572 son: Oda a la vida retirada, La profecía del Tajo.
Aquí nos encontramos con un autor moralista dentro de la tradición clásica.
Veremos deseo de soledad y desprecio por los placeres mundanos.
En la segunda época, de 1572 a 1577, sus textos dan
cabida a contenidos religiosos y a quejas por la injusticia cometida con él.
Algunos ejemplos son Noche serena, En la
Ascensión, A la salida de la cárcel.
Los posteriores a 1577 muestran el espíritu de un
escritor más apaciguado y un anhelo de armonía e infinitud. Por otro lado,
también se nota cierta nostalgia del paraíso evocado y un misticismo
intelectual. Claros ejemplos serían algunas de sus odas: Oda a Francisco Salinas, a Felipe Ruiz, a Pedro Portocarrero…
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Vida retirada... |
Los temas predilectos de sus poemas son la naturaleza, la
añoranza del campo y la vida de aldea, la noche, la serenidad, la música… Su
temática indica que escribir le servía a fray Luis como catarsis lírica para
olvidar sus desgracias y sus tormentos interiores; pues su vida, su existencia,
fue lo contrario a lo que deseaba. Estuvo llena de actividad, compromisos,
ciudad… Además, muestra una sensibilidad exquisita.
Los motivos de la poesía de fray Luis tienen su origen en
la tradición clásica neoestoica y neoplatónica. Eso sí, entendidos desde la
perspectiva cristina. Deseo de armonía, paz y serenidad en compañía de Dios,
sentimientos ajenos a su día a día cotidiano. En él será de especial relevancia
el tópico Beatus ille, mediante el
alejamiento del mundanal ruido, la búsqueda de una descansada vida, la
contemplación de una noche estrellada o la armonía sentida al escuchar notas
musicales. Una moral acorde con el dominio de las pasiones, la exaltación de
las virtudes clásicas, etc.
Este anhelo de
vida retirada y sencilla lo conduce de forma natural y orgánica dentro del
concepto cristiano del mundo, es decir, a la añoranza del cielo como la suprema
liberación. Su poesía suele entenderse como la nostalgia del desterrado en la
tierra. Ansiará unirse con Dios, la perfección, etc. Vemos un anhelo que lo
acerca a la experiencia mística, pero desde un prisma intelectual (éxtasis
intelectual) que intuye la armonía universal; aunque desde la prisión terrenal
que es la vida misma, desde el dolor.
Su estilo es deudor de las tradiciones literarias de las que parte, que son la Antigüedad grecolatina y los textos bíblicos. Por otro lado, bebe también de la poesía renacentista, especialmente la de Garcilaso, que ya aunó las formas nuevas italianas con la tradición española.
Los textos y la filosofía grecolatina le proporcionan los
temas que utiliza, el fondo de su pensamiento. Los textos bíblicos las imágenes
y los motivos. Por último, Garcilaso y el Renacimiento le brindan las formas.
De ahí procede la estrofa favorita del autor, la lira. Su combinación de
heptasílabos y endecasílabos le permite combinaciones métricas eficaces.
Su poesía es sencilla en apariencia, pues entreteje
elementos tradicionales en un sólido y complejo molde de imágenes e ideas. Su
composición de versos está muy depurada. Se nota su preparación y su enorme formación
lingüística. Recuérdese en este punto su labor como traductor y su pasión por
el lenguaje para entender la solidez de su construcción poética, siempre dentro
de la norma renacentista de elegancia y sencillez.
Un rasgo peculiar del autor es que sus poemas se dirigen
a una segunda persona, lo que explica el carácter conversacional que suele
encontrarse, con abundantes enumeraciones, exclamaciones/interrogaciones
retóricas o exhortaciones. Además, su concienzuda elaboración se ve en el uso
de abundantes figuras retóricas para expresar y dibujar con precisión y belleza
sus ideas e imágenes. Estos recursos le servirán para embellecer sus poemas en
fondo y forma, por lo que veremos usos de asíndeton,
polisíndeton, hipérbatos, aliteraciones o encabalgamientos; pero también hipérboles, metáforas o personificaciones para
crear esa imaginería cristiana y convencer sobre temas morales clásicos.
Si hemos estudiado a Garcilaso como el primer poeta del
Renacimiento, como el que modela el estilo de la época y de España (con Boscán
y otros) y como poeta del Amor; fray Luis será el poeta de la moralidad renacentista por excelencia.
Además, nos servirá como punto intermedio para encarar el último gran aporte de
la poesía del Renacimiento español: la poesía mística del XVI.
Eso lo veremos en la entrada siguiente. Con todo, cabe destacar que dejamos fuera innumerables poetas, como Fernando de Herrera, en esta época de impresionante labor literaria. Puede que los veamos más adelante, pero no quiero olvidar el objetivo de este blog, que no es otro que introducir y valorar lo más esencial de nuestra literatura, aquello que la hace una de las más potentes e influyentes del mundo.
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